Recuperar la mirada simbólica con la medicina simbólica arquetípica.
La mayoría de nosotros tiene la idea de dos mundos diferentes, uno real: el mundo-de-afuera, y uno irreal: el mundo de adentro o mundo interno.
Poco se hace en la vida cotidiana para integrar esos mundos, ya que en la evolución del ser humano los fuimos separando cada vez mas.
Ser realista, actualizado, tecnológico, moderno significa asentarse en el mundo externo y dejar el otro para los artistas y los sueños.
Hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven aun, el ser humano vivía en un solo mundo, todo era uno, el árbol era mágico y en el vivían espíritus y duendes, los bosques estaban encantados, en las cavernas vivían dragones, en los abismos demonios, los ríos eran la sangre de la Pachamama, los montes y montañas eran espíritus o morada de los Dioses, los elementos eran espíritus también: el fuego, el agua, el viento, todo era manifestación de algo trascendente y numinoso, cargado de maná o energía.
Los arquetipos del mundo interno estaban constantemente siendo experimentados y se hacían visibles al proyectarse en la naturaleza y así el mundo era un reflejo de esas imágenes arquetípicas cargadas con toda su numinosidad.
En la medida en que el ser humano comenzó a explorar de otra manera el mundo y descubrió, analizó y materializó la naturaleza bajo el microscopio y al universo con la física y la astronomía y todo el desarrollo de las ciencias aplicadas, las proyecciones del mundo interno. dejaron de verso y se perdió en gran parte la capacidad de “ver” el mundo interno reflejado en la “afuera”. Se perdió así la mirada simbólica, y el mundo mágico de la infancia quedó atrás y cuando el hombre vio un árbol pensó en si su madera sería apta para hacerse una casa, y cuando vio el río pensó en si seria navegable para transportar sus mercancías. Y cuando vio el fuego pensó en hacer un asado. Y pensé en mucho más.
Este proceso de desarrollo de la conciencia del Yo y el mundo-como-objeto llevó a una lateralización hacia el hemisferio izquierdo, al desarrollo del pensamiento crítico, científico, al discernimiento ya la razón elementos que no son para nada despreciables y que tiene gran valor. El problema es que, con este movimiento, dejamos de lado, entre otras cosas, el alma y el espíritu que quedaron casi inaccesibles para nosotros. Esta pérdida del alma nos lleva a perder también el sentido del propósito en nuestra vida, la relación sana con
nuestras emociones y con nuestro mundo interno. Por otra parte, es posible actualmente ver en el mundo un giro, un movimiento hacia la integración de estos dos mundos, un regreso a rituales ancestrales, un interés creciente por los sueños, los mitos y el mundo interno.
La sanación a través del contacto con la naturaleza, con sus plantas y sus flores. Y en esa búsqueda interna se comienza a ver el mundo con otra mirada. Una mirada simbólica, en la que personas, circunstancias y elementos adquieren otro sentido. “¡Nada es casualidad!” decimos haciendo referencia a que si en mi mente estoy pensando en alguien, esta se presenta de pronto frente a mi. Antes hubiéramos dicho que éramos magos, ahora le decimos sincronía. El mundo externo empieza a nuestro reflejar mundo interno y en lo que vemos sabemos que hay energía como nos dice la física, pero también que esa energía responde a la conciencia del observador, como ha comprobado la física cuántica, y que más allá de eso hay una Inteligencia y un misterio que nos crea a todos.
Comenzamos a reconocer cómo las energías arquetípicas que modelan nuestro universo se expresan en sueños, en nuestras emociones y en nuestros estados de ánimo. Sabemos que una estrella es una entidad astronómica y también sabemos que podemos tener la experiencia de mirar hacia el cielo y reconocer internamente nuestra estrella, como símbolo vivo de nuestra guía y propósito en esta vida. Integramos así ambos aspectos.
Podemos empezar a reconocer que la energía con la que vibra una flor es similar a la forma en que vibramos con determinada emoción. Y que al acceder a esa vibración energética con la toma de esa esencia, por similitud, ésta va a equilibrar ese patrón vibratorio. De esta manera las flores hacen posible la remodelación de nuestros mundos interno y externo porque cuando uno cambia el otro también se transforma.
Y esa transformación nos lleva a cambiar creencias, comprender el significado de nuestra historia personal y ancestral, afecta la expresión de nuestros genes, haciendo posible una mirada nueva hacia nosotros mismos, a los demás ya la red o tejido de la vida de la que integralmente formamos parte.
Los arquetipos del mundo interno estaban constantemente siendo experimentados y se hacían visibles al proyectarse en la naturaleza y así el mundo era un reflejo de esas imágenes arquetípicas cargadas con toda su numinosidad.
En la medida en que el ser humano comenzó a explorar de otra manera el mundo y descubrió, analizó y materializó la naturaleza bajo el microscopio y al universo con la física y la astronomía y todo el desarrollo de las ciencias aplicadas, las proyecciones del mundo interno. dejaron de verso y se perdió en gran parte la capacidad de “ver” el mundo interno reflejado en la “afuera”. Se perdió así la mirada simbólica, y el mundo mágico de la infancia quedó atrás y cuando el hombre vio un árbol pensó en si su madera sería apta para hacerse una casa, y cuando vio el río pensó en si seria navegable para transportar sus mercancías. Y cuando vio el fuego pensó en hacer un asado. Y pensé en mucho más.
Este proceso de desarrollo de la conciencia del Yo y el mundo-como-objeto llevó a una lateralización hacia el hemisferio izquierdo, al desarrollo del pensamiento crítico, científico, al discernimiento ya la razón elementos que no son para nada despreciables y que tiene gran valor. El problema es que, con este movimiento, dejamos de lado, entre otras cosas, el alma y el espíritu que quedaron casi inaccesibles para nosotros. Esta pérdida del alma nos lleva a perder también el sentido del propósito en nuestra vida, la relación sana con
nuestras emociones y con nuestro mundo interno. Por otra parte, es posible actualmente ver en el mundo un giro, un movimiento hacia la integración de estos dos mundos, un regreso a rituales ancestrales, un interés creciente por los sueños, los mitos y el mundo interno.
La sanación a través del contacto con la naturaleza, con sus plantas y sus flores. Y en esa búsqueda interna se comienza a ver el mundo con otra mirada. Una mirada simbólica, en la que personas, circunstancias y elementos adquieren otro sentido. “¡Nada es casualidad!” decimos haciendo referencia a que si en mi mente estoy pensando en alguien, esta se presenta de pronto frente a mi. Antes hubiéramos dicho que éramos magos, ahora le decimos sincronía. El mundo externo empieza a nuestro reflejar mundo interno y en lo que vemos sabemos que hay energía como nos dice la física, pero también que esa energía responde a la conciencia del observador, como ha comprobado la física cuántica, y que más allá de eso hay una Inteligencia y un misterio que nos crea a todos.
Comenzamos a reconocer cómo las energías arquetípicas que modelan nuestro universo se expresan en sueños, en nuestras emociones y en nuestros estados de ánimo. Sabemos que una estrella es una entidad astronómica y también sabemos que podemos tener la experiencia de mirar hacia el cielo y reconocer internamente nuestra estrella, como símbolo vivo de nuestra guía y propósito en esta vida. Integramos así ambos aspectos.
Podemos empezar a reconocer que la energía con la que vibra una flor es similar a la forma en que vibramos con determinada emoción. Y que al acceder a esa vibración energética con la toma de esa esencia, por similitud, ésta va a equilibrar ese patrón vibratorio. De esta manera las flores hacen posible la remodelación de nuestros mundos interno y externo porque cuando uno cambia el otro también se transforma.
Y esa transformación nos lleva a cambiar creencias, comprender el significado de nuestra historia personal y ancestral, afecta la expresión de nuestros genes, haciendo posible una mirada nueva hacia nosotros mismos, a los demás ya la red o tejido de la vida de la que integralmente formamos parte.